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Testimonio del Camino Ignaciano 2020

Caminando sobre los pasos de San Ignacio, la experiencia del Camino Ignaciano nos mueve a un fin: todo amar y servir. Compartimos el testimonio de Arturo Guillen, miembro de la Red Esejoven en la Parroquia La Virgen de Nazaret (El Agustino, Lima) que vivió la experiencia de peregrinaje.

Caminando juntos a la misión

“Dejate sorprender” es la frase más recurrente que se escucha entre los que hemos tenido la gracia de participar en algún Camino Ignaciano. También, es una de las frases que responderán a cada pregunta que hagas en el peregrinaje. El ir a un Camino Ignaciano fue un sueño para mí por muchos años. Pensaba que no me iba a tocar, hasta que uno de los últimos días de diciembre recibí un mensaje al Whats App que hicieron que se haga realidad.

El día de partir a la experiencia llegó rápidamente. Sentía miedo, alegría y ansiedad. Dieciocho horas nos separaban de nuestro destino, una pequeña provincia en el departamento de Cajamarca: Jaén. Es una ciudad conocida para mí. Sentir su calor selvático, ver sus extensas formaciones montañosas llenas de flora, ver su vida, trajo a mí nostalgia. Nuestro primer hogar fue “El Huito”, donde 21 jóvenes nos encontramos. Algunos sufrimos más que otros para llegar, pero con el tiempo, las delegaciones se hicieron una sola. Siempre recordaré los nombre de mis compañeros peregrinos: Evely, Adriana, Alex, Luis y yo de Lima; Jacqui de Tacna; Ana Claudia y Camila de Trujillo; Carlos, Lupe y Kelly de Arequipa; Paul, Alethia, Emperatriz y Gimena de Cusco; Paula, Sara, Maya, Lili, Renzo y Dani de Ecuador.

En “El Huito” estuvimos un corto tiempo. Esto nos alcanzó para comenzar amistades, conocer otras misiones ignacianas, reconocer que hay otra persona en otra parte que trabaja igual que nosotros, conocer nuestras costumbres, nuestros dialectos y pensamientos. También reaprendimos a soñar, llorar, ser conscientes de nuestra existencia. El amor de Dios nos tocó a muchos, nos reveló su plan para todos nosotros. La guía de los acompañantes fue fundamental en esta parte de la experiencia.  

Para la segunda parte del camino teníamos que llegar a un pueblo a las afueras de Jaén, Huarandoza. En este nuevo lugar no solo compartimos la misma mesa, sino también los espacios comunes. Las misas fueron las que más emociones nos daban, mientras las amistades se fortalecían cada día que pasaba. Esta parte de la experiencia fue la más cansada por las caminatas. Vimos y degustamos de la comida del lugar, como la yuka, el plátano y el arroz, convirtiéndose en alimento recurrente en la mesa. 

Hubo un momento en que tuvimos que separarnos para ir a ayudar a las personas que nos habían recibido. En ese tiempo aprendimos de los niños, adultos y jóvenes, de cómo viven y cómo sienten el amor de Dios. Dejamos parte de nosotros con ellos y ellos nos dejaron parte de sus almas. Nuestro tiempo en Huarandoza pasó rápidamente. En este pueblito pudimos unirnos más, hasta ser como una familia. 

Ya han pasado cuatro meses desde que me embarque al Camino Ignaciano, y aunque ahora estoy en mi casa, no hay día en que no extrañe a cada una de las personas que conocí allí. Extraño el compartir momentos juntos, de comidas, de risas, de más trasnochadas, de servicio y amor de Dios. Pero, con cada recuerdo me dan muchas más ganas de seguir ayudando en la misión ignaciana, de apoyar y no apartarme del camino que Dios y San Ignacio tienen para mí.

Arturo Guillen

 

 

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